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La vida entera en la forma de los ojos*

A Matías y a Laura Suárez

Clic, foto, enviar. Matías habla con alguien, una señora petisita que no conocemos. Hace unos minutos ella salió a la vereda, miró el despliegue y le dijo a uno de los organizadores: Me acuerdo de la parejita que se llevaron ese año, yo siempre viví acá, ¿qué fue de ellos? ¿Dónde está el bebé?, ¿lo apropiaron? Entonces alguien le tocó el hombro a Matías, y él se dio vuelta. Acá está el bebé. Los ojos de la mujer se fulminaron a sí mismos cuando lo vio porque no entraba tanto en una sola mirada, te juro Laura. Todo tiene su límite, hasta las miradas. Sus cuerpos se pegaron en un abrazo, no sabés, tan apretado que dudé, ¿realmente no la conocía? No lo puedo creer. Miro a la señora, miro a Matías, esto sigue pasando, esto no pasó, pasa ahora.

Clic, foto, enviar. Hay una bola que gira y vos también estás adentro, Laura, todo el tiempo, metida conmigo en el ritmo acelerado de su respiración. Contándole a Matías en una carta atolondrada y larga cómo lo acunaste de bebé, la fiebre, sus padres, el miedo bajo la cama a la madrugada, los gritos en el piso de arriba. Matías me dijo, sabés, que le quema la mirada de las personas que lo ven en el espejo de su papá, tan igual a él. Me dijo El parecido físico que yo no registraba les hacía desencajar la cara. Era muy loco porque la gente que me veía a mí era como que estaba viendo a mi viejo, el parecido físico la debe haber afectado a esta mujer porque cuando me vio quedó desconcertada. Había gente que venía caminando, me miraba así y de pronto se ponía a llorar, te imaginás, una cosa muy loca. Qué te voy a explicar, justo a vos, Laura, que los tenés en la retina. ¿Sos parecida a tu mamá? ¿a tu papá? ¿a quién sos parecida? Hay rasgos que mejor olvidar, podrías decirme. Tengo tu foto del acto escolar del día después, estabas hermosa. Parecerse a los padres no significa nada, o significa tanto: la forma de levantar las cejas o de torcer la boca, la voz, la risa: uno es el otro, ¿pero quién? Ahora el hijo tiene casi 20 años más que los que tenía el padre cuando se lo llevaron, el hijo viejo se parece al padre joven. ¿Cómo se transporta la vida entera de otro en la forma de los ojos? La pregunta no es cómo se transporta sino, Laura, cómo se soporta, cómo se agradece o cómo se tolera ser la cara viva de lo ganado y lo perdido, a la vez, un ida y vuelta infinito. Sólo tengo fotos, no recuerdos. Matías es igual a Jorge, y a Marta también. Ella se parece un poco a mi papá.

Ahora salimos del hotel, te mantengo al tanto. Bombean en mi cabeza tus audios con los detalles. Que hay un balcón, que es en el primer piso. La gente de la ONG se juntó antes con mamá y una de mis hermanas para la confección de la baldosa recordatoria. Vamos a esa casa que voy a conocer en un rato y de la que no te podés ir, mirá que te rajaste lejos. Estará presente gran parte de mi familia, no mi hijo, el padre lo convenció de que se quedara con él este fin de semana. No tengo tiempo de empantanarme pensando en por qué no quiso que viniera (como si pudiera deshacer esa pregunta que, vas a ver, me va a taladrar todo el tiempo).

Ya estamos arriba del auto, mis viejos están conmovidos y expectantes, y ya te empecé a mandar los mensajes por whatsapp que me pediste. Hay banderines de colores sobre la casa, un amplificador de sonido, un micrófono, las personas de la organización, mi primo Matías, mis otros tíos. Todavía falta que llegue mucha gente, mucha gente.

Clic, foto, enviar. Entraron armados por el balcón y llegaron derecho hasta ellos, me contaste. Bomba de estruendo, altoparlante, bum. Ahora me bajé del taxi, empecé a temblar, ¿en serio no sabés qué me pasa? No parás de hablarme al oído y llorás y llorás en el audio que no me puedo sacar de la cabeza. Mientras floto en tu voz, mamá me dice Carolina, tranquilizate, sorprendida por mi angustia repentina ni bien abro la puerta del taxi y pongo un pie en la calle, le parece importante no hacer escándalos y tampoco sabe muy bien qué decirme. Me ahogo lo mejor que puedo, freno, ¿me callo?, ¿vos qué decís? Por acá se metieron, mamá. Le explico como si no supiera, tengo tu voz en la bola que ahora nos traga, quiero que entienda que estamos paradas en la misma vereda por la que los arrastraron, esposados y en camisón, y qué me importa si los parientes o los organizadores o los vecinos me miran. ¿Tengo derecho a no cicatrizar? Me contaste que te contaron que los hicieron entrar en un camión junto con los otros. Trato de imaginar el destacamento que había enfrente de la casa, la cara del cabo jovencito que te lo relató al día siguiente, los negocios cerrados de la cuadra. No me pidas que saque una foto ahora, Laura. Mejor besos y abrazos a los parientes, ese pegoteo familiar que nos mantiene cerca aunque haya unos cuantos kilómetros entre nosotros. Rubí, la novia de la juventud de papá, los Saracino, la agrupación de Madres de Gualeguaychú, mis tíos, primos y más primos, nos agachamos y ponemos una venecita sobre el material húmedo en el que están colocando la placa ahora mismo.

Clic, foto, enviar. ¿Por qué sonreímos? Estar juntos nos alegra. Cantar nos alegra. La murga en que canta mi prima Silvina canta para nosotros. Presionar, audio, enviar. Aplaudir, sonreír, aguantar y las lágrimas como piedritas. ¿Se ven en las fotos los carteles de Santiago Maldonado? Está lleno, todavía no lo encontraron. Hay tantos carteles de Santiago como banderitas de la fiesta sin fiesta. Y un micrófono, van a decir unas palabras. Se agudizan mis oídos, ese empuje a devorar lo que escucho que a veces hace que me acuerde de las canciones con oírlas una sola vez, o que retenga palabras textuales de los demás. Lo que se dice y también lo que no. Tío Guille, lo conocés, recibió el llamado por teléfono en aquel momento, le ofrecen el micrófono pero no se anima a hablar. Un poco por tímido, un poco por la emoción. Qué pena, no todos tienen algo tan fundamental para contar, ¿no es cierto, Laura?

Clic, foto, enviar. ¿Quieren subir al departamento?, nos pregunta un chico medio desgarbado, morocho, ahora él y su mujer son los dueños de la casa. La casita del horror desde que se llevaron a todos puestos. Entramos en fila, subimos la escalera, allá vivías vos, en planta baja, allá la famosa Clarita que recibió al bebé un segundo antes de la catástrofe, y acá ellos, acá, acá. Clic, foto, enviar. Estoy en loop mirando sin mirar, paso los ojos lo más rápido que puedo por la ventana desde adentro de lo que ahora es un living, saco otra foto que te voy a mandar y después voy a borrar o a perder porque la memoria me falla.

¿Sabés qué me dijo una de mis hermanas? No queríamos intimidar porque era una casa habitada por otras personas donde estaban sus cosas personales, pero por un rato nos apropiamos de ese lugar, por un rato dejó de ser la casa del vecino y pasó a ser nuestra casa, la casa de nuestras memorias. Y todo lo que nos habíamos imaginado ahora tenía un correlato real, con espacios, una habitación, una cocina, un living, también con la idea de por dónde fue que lo pasaron a Matías, seguramente habría una puerta que se cerró. Y yo podría haberle preguntado: Ana, ¿de quiénes son las casas, sus habitaciones y pasillos? Cada familia es un mundo, como se dice. Cada parentela con sus mitos, su lenguaje, sus a medio decir. Nada se puede decir completamente, digamos algo de todo esto, Laura, pero bajá un poco la voz. Cada casa, picaporte, ventana, escalón, un universo. Y cada historia, Laura, tan chiquita y tan inmensa, como vos a los doce, las tuercas y las rueditas de un reloj antiguo que conforma a su vez una máquina de relojes interconectados que no nos deja pasar una, y que tampoco nos deja dormir. Y mirá ahora dónde estamos, metiendo los dedos en este enchastre, quién puede venir a decirnos que el tiempo es una línea.

Clic, foto, enviar. ¿Sabés lo que me dijo papá? Me llamó la atención la apertura de los dueños de casa, el afecto, el amor, el cariño con el que nos recibieron como si los hubieran conocido, me llamó mucho la atención. A la chica la vi conmocionada, fue impresionante porque era como que de alguna manera estos chicos habían recibido a través de esa historia, de esa casa, de las paredes, un poco el alma de ellos. Eso dijo mi papá y es porque nos gusta pensar en la inmortalidad, no hay duelo ni a palos. ¿Cómo viven los nuevos dueños en este lugar de otros? ¿Queman palo santo? ¿Rezan? ¿Se olvidan? ¿Cómo se hace para transitar, construir, ir para adelante? Mirate vos, en Viena y con esta casa todavía sobre tus hombros. ¿Sirven para algo los kilómetros, los idiomas, los husos horarios? ¿Te sirve para algo estar del otro lado del mundo? Un día me tenés que contar cómo fuiste a parar a ese país.

Clic, foto, enviar. Mamá me dijo Estuve apenitas unos minutos nada más porque fue muy conmovedor, no todos nos animamos a subir, pero me hizo bien saber que por ahí andaban ellos. ¿Y a vos, Laura, te haría bien volver? El duelo es para los que tienen cuerpos, acá creemos en almas, soñamos con ellos, con persecuciones y reencuentros, nos despertamos con taquicardia, miramos el reloj a la madrugada. Engranajes y tuercas siguen su ritmo circular.

¿Sabías que mi papá y sus hermanos soñaban los mismos sueños, a repetición? Me contó: Los chicos aparecían y siempre decían Tenemos que volver, Enri, y yo No, quédense que hace tanto que no nos vemos. Ya que están acá quédense, No, vamos a ver, decían ellos. Después yo preguntaba dónde estaban, en ese sueño en particular se habían quedado mucho tiempo y yo creí que era para siempre. Y, de repente, no los vi más. ¿Vos también soñás, Laura?

Clic, foto, enviar. Vino mi sobrino más grande, ¿te conté? Me dijo Me pareció como medio impactante que haya habido un hecho tan importante ahí, como casi histórico, porque es algo tan importante lo que pasó, y que en el presente sea una casa común y corriente, que la gente pasa por ahí y capaz no se entera. ¿Qué hubiera dicho mi hijo? Hubiera guardado silencio, es de observar callado, y después me hubiera tirado un bombazo, un comentario fuerte. Quizás lo hubiera escrito. Quizás se hubiera sentido amparado por la paridad con su primo, dos preadolescentes pisando un tiempo suyo y antiguo y futuro a la vez. ¿Les hubiera resultado llamativa la cantidad de gente y de emociones tan manifiestas? No creo. Están en la misma bola que nosotras, en el mismo mecanismo de relojería, que es otro pero no tan otro. No hay foto con mi hijo.

Ahora hacemos una grupal en la vereda, una con todos, una sonrientes porque el abrazo genera alegría aunque estemos rotos. Faltás vos, Laura. Mirá la foto, mirá la cara de Matías, esa sonrisa amplia, mirá cómo no nos aplasta la angustia, mirá cómo nos paramos alrededor de sus nombres en el piso. Las caras mezclan los rasgos, somos un collage, una pieza junto a la otra, una manivela, una aguja, una cadena, un ruidito.  

Enviar, enviar, enviar. ¿Estás cansada? Estoy apabullada. Llego al hotel y caigo en la cama como un escombro. Se puso todo borroso, no vas a creer lo que me pesa el cuerpo. A las dos horas, vos, teléfono. Te hablo entredormida, agotada. Te cuento todo lo que puedo, lo que me sale. Sí sí, la murga, la vecina, los parientes, la casa. Todo otra vez. Ya me duermo de nuevo. Sí, Laura, al fin una lápida, una baldosa con sus nombres, una tumba en pleno Caballito. ¿Cuándo venís a la Argentina? ¿Te llegaron bien las fotos?

*Crónica o prosa poética o relato o sueño sobre la puesta de la baldosa recordatoria de Marta Bugnone y Jorge Ayastuy (detenidos desaparecidos en diciembre de 1977) en la puerta de su última casa, Martín de Gainza 958, Caballito, CABA, en octubre de 2017.

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