Otaku de Paula Brecciaroli (Paisanita Editora)

 

Otaku

Paula Brecciaroli

Paisanita Editora

2015

 

Gastón es un chico de cuarenta años, atrapado en un mundo de fantasía oriental en el que una vez supo tener un lugar.

Un personaje caricaturesco, extraño, al que nada parece conmoverlo más que su fanatismo por el animé y el manga, y ciertos recuerdos que funcionan, por supuesto, sólo en su cabeza.

Para poder estar con una mujer (cosa que desea todo el tiempo), primero tendría que tener, y creer tener, algo para ofrecerle.

Y para poder tener un trabajo, o un proyecto que le de alguna satisfacción, tendría que ajustarse a las posibilidades reales en las que vive; pero más florecen sus ideas delirantes acerca de la tecnología y los animé, más lejos está de moverse de esa parálisis.

Lo “infantil” que tiene Gastón une, como efecto en el lector, lo divertido con lo patético, el asco con la risa.

Hay una caricaturización de los “espacios transicionales” que en general necesitamos para sobrevivir el mundo. Todos tenemos, o quisiéramos tener, un espacio de placer lúdico, de “desenchufe” de lo cotidiano, de creación o diversión. Gastón lo tienen pero en su versión más infantil y paralizante: todo en su cabeza, sin poder actuar, hacer, en conjunto con otros o solo.

En cuanto a la forma en que está escrita, en esta historia no hay casi descripciones ni metáforas: está todo puesto en acciones, que adjetivan así a los personajes y las situaciones. Es por eso que da la impresión de una escritura que nos deja deducir a nosotros qué adjetivación queremos poner a partir del desarrollo de las acciones, por mínimas que sean: unos hombros que se levantan como respuesta, una mirada que se corre, un trago de cerveza que se toma en vez de contestar una pregunta, el acto repetido de sacar plata de la billetera del padre.

“Cuando se va, su hermana aprovecha para preguntarle a Gastón si él no se ocupa de la ropa del padre, si no piensa comprar un lavarropas. Él levanta los hombros. Sigue sentado en el comedor, mirando la pantalla de la computadora. No aparece nadie en el chat. Niebla camina sobre el teclado”. Con muy poco, logra ser muy elocuente.

Paula Brecciaroli afirma en una entrevista (por Juan Rapacioli para Télam, enero de 2016) que si la novela tiene algo de fílmico, es la idea de que el narrador tiene una cámara pegada al protagonista que permite describir cosas que de otro modo no se verían. Y lo que se ve muy de cerca (demasiado) son una serie de acciones privadas. Gastón no sólo las realiza todas, sino además, están descriptas sin velo, sin eufemismos: se saca un barrito de la cara y limpia sus manos en la toalla, huele el pantalón a la altura del trasero para ver si está sucio, se limpia las uñas con un escarbadientes, se huele las axilas, y así todo el tiempo. Todo el tiempo.

Es una novela repleta de olores: los desechos del gato mezclados con el churrasco del mediodía, el olor a transpiración, el cigarrillo.

Entre estos detalles desagradables que terminan siendo muy divertidos, se cuenta la historia de un tipo que no se ajusta a lo esperable para su edad, y que tampoco encuentra lazos que lo sostengan o en los que “encaje” ni afectiva ni laboralmente.

Hacia el final de la historia, con la aparición fugaz del personaje de la madre, se ve una suerte de razón que explica la no conexión de Gastón con la realidad “adulta”. Es una escena muy breve, muy potente y muy bella, por dejar al descubierto la vulnerabilidad del personaje.

Uno de los méritos de esta novela es que le hace burla a ciertas desgracias, y en cierto modo la vida de este otaku es una desgracia cotidiana de la que uno se puede reír sin culpa.

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